BCCPAM00R00-3-06p23d000000000

de otros capuchinos, hasta marzo del año siguiente. En enero de 1877 el Gobierno es– pañol había autorizado, de acuerdo con el obispo de Málaga, a los capuchinos de Bayona a establecerse en Ante– quera. El comisario general Llerena, no obstante velar celosamente por sus pro– pios derechos, encabezaba la lista de los restauradores de la Orden en Es– paña con el nombre del padre Esteban, opuesto a sus ideas independentistas, respecto al superior general. El día de San José de 1877 dieron, como él dice, "principio a nuestra restauración", y poco después pedía permiso para abrir allí el noviciado, pues abundaban las buenas vocaciones.A esa fundación si– guió la de Sanlúcar de Barrameda, pre– cedida, como la anterior, por una gran misión del padre Esteban y otros. El pueblo andaluz recibía en triunfo a "su" Divina Pastora y a sus misioneros. Viendo cómo de todas partes llovían peticiones de misión, presentó su re– nuncia a la guardianía de Antequera, pues quería consagrarse a aquel apos– tolado hasta la muerte. Ésta no andaba lejos. Al cuarto día de la misión de Fuen– tes de Andalucía, en febrero de 1879, predicó con tal ardor contra la blasfe– mia, que bajó del púlpito entre espas– mos de fiebre y al día siguiente se le administró la Unción de los enfermos. Logró reponerse, y fue nombrado comisario provincial de Andalucía y delegado del comisario general para toda España. Con los pies hinchados recorrió todavía el país de sur a norte, de norte a sur y desde aquí a todo el Levante, abriendo nuevas fundaciones. El 1 de agosto de 1879 veía, por fin, re– alizarse uno de sus sueños más precia– dos: la reapertura del convento de Pamplona, del que huyera, con su nu– merosa comunidad, 45 años antes. Y siguió recorriendo la península con los pies vendados y acosado no sólo por la fiebre fisica - a partir de agosto-, sino sobre todo devorado por la fiebre de restaurador. Pero este quehacer no se reducía, en su concepción genuina, a la simple reapertura de conventos: supo– nía, en no menor grado, la vuelta al vínculo vital con Roma y a la auténtica vida de austeridad, pobreza y demás características del fraile capuchino. Estas últimas no eran dificiles de recuperar entre los repatriados de Gua– temala y Bayona; no así entre los ex– claustrados, habituados durante muchas décadas a una vida más laxa. Por luchar a favor de la unidad di– recta con Roma sería depuesto del cargo de vicecomisario general por el padre Llerena en el último año de su vida, con no pequeña amargura suya y protestas de la mayoría. Pero no tarda– ron en cambiarse las tornas, aunque de– masiado tarde; pues cuando la Congregación comunicaba al padre ge– neral, de parte del Papa, el nombra– miento del padre Esteban para el cargo del padre Llerena, que lo destituyera, en Roma se ignoraba que aquél aca– baba de morir. 29

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz