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esa frase los dos grandes hitos de toda su vida. Roma le autorizó a ello, pero sin romper su dependencia del comisa– rio apostólico de los capuchinos espa– ñoles, que lo era el padre José de Llerena. Con esa doble ilusión salió de Ba– yona el 29 de diciembre, y el 8 de enero estaba en Estella, corte del pre– tendiente Carlos VII que había pedido una misión de capuchinos. Al regresar muy pronto, por azares de la guerra, confesaría no haber podido realizar su encomienda sino a medias. Había pre– dicado algo y atendido espiritualmente a los soldados, pero volvía decepcio– nado del pretendiente y su corte. En enero de 1875 atravesó nuevamente la frontera española, en busca de un lugar para aligerar de personal la comunidad de Bayona, demasiado numerosa. Lo halló y adquirió, pero Roma no dio su venia al proyecto. En espera de mejor oportunidad, se dedicó a la predicación en la lengua del país, que era la suya materna, el vascuence. Las misiones son hoy, como lo han sido siempre, un objetivo prioritario de los Capuchinos. 27

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