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gunas prácticas. El de la primera de ellas era una especie de vademécum del propio visitador, caracterizado por el sentido pragmático. Durante su régimen logró ver pro– clamada oficialmente por el Papa a la Divina Pastora patrona de los capuchi– nos y su acción en Centroamérica. Al concluirse ese trienio de su mandato e iniciarse el siguiente bajo nuevo comi– sario general, el convento capuchino de Belén, en la Antigua ciudad de Gua– temala, contaba con 15 sacerdotes y otros tantos profesores simples para clérigos, más nueve hermanos no clé– rigos y un novicio; la comunidad de Santa Tecla se componía de ocho sa– cerdotes, cuatro clérigos y cinco her– manos no clérigos. Pero los días de ambas estaban contados, como efecto de los avatares políticos de aquellas na– c10nes. 8. Destierro a punta de bayoneta. Habiéndose adueñado del poder los liberales, después de largos y pacíficos años de gobierno moderado, no per– dieron tiempo en desterrar al arzobispo de Guatemala y expulsar a los jesuitas. De momento no se metieron con los capuchinos, que también se hallaban en su lista negra. Sabían que las masas populares estaban por lo común de su 22 lado, y se alborotarían si les aplicaban igual medida, en particular si ésta afec– taba al padre Esteban. Por ello proce– dieron con cautela. De hecho, cuando se filtró la noticia de que también los capuchinos estaban comprendidos en el mismo decreto que los jesuitas, unas cinco mil personas rodearon su con– vento para protegerlos. Iban armados de cuantas armas blancas y de fuego , pudieron hallar. El jefe político de la ciudad y las fuerzas de que disponía tu– vieron miedo y les fue comunicada la consigna de apaciguar al pueblo y disi– par en él toda sospecha, e, incluso, de buscar la cooperación de los capuchi– nos para conseguirlo. Lograron que, en parte, éstos y aquél se tragaran el an– zuelo de "orden y progreso", que de– cían los liberales constituía su programa político. Contestando a una carta de los mismos sobre el particular, el padre Esteban afirmaba que ese mismo programa, dentro de la línea del Evangelio, había sido precisamente el suyo desde 1837, en que había comen– zado a predicar. En cuanto al tema de la instrucción pública, muy manoseado por el nuevo régimen, el capuchino afirmaba: "En las ciento y más misio– nes que he predicado en esta república desde el 56 hasta la fecha, no se me ha pasado ni siquiera una sin dirigirme a las autoridades locales, haciéndoles presente la estricta obligación que tie– nen sobre la instrucción". Pero el Gobierno esperaba su oca– sión, y ésta se la brindó un sermón del

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