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Tecla para echar los cimientos de la fundación que allí les había ofrecido tanto el obispo como el presidente. El misionero optó por preparar antes el terreno espiritual en la con– ciencia de aquella población, que había sido capital interina de la república. A sus muchos habitantes se sumaron ad– venedizos de toda la comarca, ansiosos de la palabra de Dios, y del sacramento de la penitencia. Hablaba el padre una tarde sobre el pecado, aludiendo sin duda al más combatido por él, el de lujuria. Ponde– rando su malicia, aseguraba que quie– nes lo cometen merecerían ser petrificados por un rayo. Apenas dicho esto y sin nublarse el cielo lo más mí– nimo, descargó un trueno horrísono, seguido de una chispa eléctrica, que carbonizaba a una pareja enlazada cerca de la iglesia. Cuando, en la estación de las llu– vias, se hacían impracticables las mi– siones populares, el padre Esteban, que no podía estar ocioso, dirigía ejercicios espirituales de ocho días. El fervor, sobre todo de los hombres, en esas jor– nadas de silencio y reflexión, le con– movía. Estaba persuadido de que era ése el mejor método para consolidar los buenos efectos de una misión "por– que las máximas y verdades que en ocho días se oyen, quedan más arrai– gadas en los corazones". Y no descansó hasta ver establecida una verdadera casa de ejercicios en Centroamérica, lo que se verificaba en 1870 en la Antigua Guatemala. 20 En esa época de su vida fue nom– brado, pese a su resistencia, superior local de la Antigua y comisario general de los capuchinos de América Central (1868-71). No le iba el cargo, no por falta de dotes, sino porque podía obs– taculizar su vocación de misionero am– bulante. Trató de esquivarlo y no lo consiguió, pero luego viviría con el alma dividida entre ambos compromi– sos, el de la pastoral para con sus her– manos, en la cual le decía el padre general, animándole, que podía actuar como formador de misioneros, y el ejercicio personal de este último apos– tolado. Su programa de gobierno, como su– perior, parecía cifrarse en la célebre comparación de la regla franciscana sobre el prelado, madre espiritual de sus hermanos. O también, la de servi– dor de los mismos. En el contexto de la regla cobran esas expresiones un re– lieve particular en relación con los en– fermos. Y así fue en la gestión prelacial del padre Esteban, que se comportaba con ellos como si fuera también su en– fermero , visitándolos a diario, aseán– dolos y no perdonando cuidado que pudiera aliviar sus padecimientos. Preparó escrupulosamente sus visi– tas pastorales, que hacía según el es– tilo, descrito por la regla, de visitar, amonestar y corregir, si fuere preciso. Se conocen no sólo las disposiciones dejadas a sus súbditos con ocasión de esas visitas, sino también el texto de al-

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