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Esteban no haber topado en ningún otro con "tantos amancebados, adúlte– ros, incestuosos y divorciados" . Su sa– tisfacción al final fue enorme, viendo que aquel vecindario de tabaqueros había respondido admirablemente. En Baracoa, que se gloriaba de su rancia fundación (1511) y donde la úl– tima misión había sido dada en 1788 por dos capuchinos del colegio de La Habana, se repartieron más de cuatro mil comuniones, luego de preparar in– tensamente a sus habitantes durante más de un mes. En la siguiente, de Ma– yari-Alto, arreglaron 220 matrimonios concubinarios, lo que obligó al padre Esteban a leer un record de proclamas, Santos, beatos y venerables de la Orden Capuchina (Alfovino Missori). En el centro, con el crncifijo en alto, Esteban de Adoáin. La orden Capuchina ha dado a la Iglesia quince santos y cuarenta be– atos- Entre ellos, San Lorenzo de Brindis, doctor de la Iglesia, San Fidel de Sigmaringa, protomártir de la Propagación de la Fe, y el beato Diego José de Cádiz, gran predica– dor de misiones populares. y ese esfuerzo, unido al de la predica– ción, le hizo sentirse agotado al final , tal vez por primera vez en su vida. Por entonces viose tentado por una bella señorita canadiense, que, pren– dada de las dotes humanas del predica– dor, le propuso unir sus vidas y pasar el resto de ellas en algún paraje feliz del Norte, gozando de sus muchas ri– quezas. Si, en los primeros momentos, el padre no advirtió la verdadera inten– ción de la dama y pudo pensar en cosa muy diversa, pues era protestante, en cuanto cayó en la cuenta de hacia dónde apuntaba la extranjera, pasó al ataque con un incisivo y reiterado: "Y, después, ¿que?". Ante su mutismo 13

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