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tubre fue una orden terminante del go– bernador para que abandonaran la mi– sión, y así lo hicieron dos días después, cuando apenas podían tenerse en pie y entre los lamentos de los indígenas, que amenazaban al Gobierno con vol– verse a la selva y no dejarse engañar más. No obstante los cuidados que fa– milias amigas les prodigaron en los meses sucesivos, el restablecimiento se hizo esperar. Así terminaba aquel primer intento de "restaurar" las misiones capuchinas en Venezuela: con la salud de dos de sus pioneros arruinada, las promesas del Gobierno convertidas en falacia, y también desde el otro lado del mar, con una protesta firme del restaurador de aquéllas. El padre Alcaraz se la enviaba al arzobispo de Caracas, pues veía en la jerarquía eclesiástica venezolana su parte de responsabilidad en el fracaso de aquella empresa, que no era suya, sino "pontificia". El padre Esteban volvió a Europa, estuvo algún tiempo en el eremitorio de Ustáritz, en el país Vasco-francés , conviviendo con otros capuchinos es– pañoles y , restablecida su salud, se embarcó por segunda vez para Vene– zuela, adonde llegaba en el otoño de 1847. El arzobispo de Caracas lo nom– bró profesor del seminario y le reco– mendó las misiones populares. Pero su predicación fue pronto denunciada al Gobierno, abriéndose un proceso sobre ella, en el cual su actitud recordaría el proceso de Jesús: 10 "-En sus predicaciones ¿se ha me– tido usted contra la conducta del Go– bierno o de alguna otra autoridad? -Señor, lo que he predicado ha sido públicamente, y nada he dicho en oculto. -¿Qué es lo que usted ha predicado públicamente? - Pregunten a los que me han oído, que son más de tres mil. -Reverendo padre, si usted no con– testa a la pregunta, el Gobierno se verá en la precisión de tomar contra usted las medidas más severas. -Señor, ministro, no ha habido un predicador más grande que Jesucristo y, sin embargo, los escribas y fariseos lo llevaron maniatado de tribunal en tribunal, y no pararon hasta quitarle la vida. -En obsequio del Gobierno, le pido a usted que responda sí o no. -Señor ministro, yo no salgo del Evangelio". Acabado el interrogatorio, el acu– sado fue condenado a prisión. Al sa– berlo preguntó: "-Señor ministro, ¿está Dios en la cárcel de Venezuela? -Dios está en todas partes - repuso el ministro. -Pues entonces allí estoy bien". Ejecutando la sentencia, el padre Esteban fue confinado a la cárcel de San Jacinto. Ocurría esto el 31 de marzo de 1849, en vísperas de la Se– mana Santa, que el reo hubo de pasar

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