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- 65 no sólo albergaste las flores de las delicias de tu maternidad divina, sino también el ajenjo de los sinsabores y la mirra de la amargura.. Hoy nos toca comprender que tu resisten– cia firmfsima en el penar, r.e hizo merecer que Dios, á las muchas y gloriosas coronas con que había de adornar tus purísimas sie– nes, afiadiera la brillante corona del martirio, para que so te pudiera llamar también «Regi– na má1·ti1·mn• , Reina de los mártires. Causa verdaderamente admiración el contemplar la forta!eza con que sobrellevaste por treinta y tres anos el cruel martirio de tu corazón, y aún esta admiración llega á ser total asom– bro, cuando después de tantos traba.1os sufri– dos parn conservar la vida de tu Hijo, se contempla tu constancia en medio de las ho– rripilantes escenas de su pasióu, siendo Tá misma testigo ocular de sus tormentos, sin haber muerto por ello mil veces Entre tus padecimientos ¡oh Virgen serenlsima! y los de los demás conresores de la fe, hay una diferencia tan grande en el origen y en el ,oodo, que hacen de Ti un mártir singular. Los mártires acababan su vida padeciendo por la rc.Tú,ohMadreheroica! pasabas la vida.pa – deciendo torturas indecibles por la caridad; y cuando los hornos encendidos devoraban los cuerpos de los mártires, rompian los lazos de su mortalidad, y entonces sus alm11s valieo~ tes volaban al cielo 1\ ser ya gloriosamente coronadas: pero á Vos ¡Celestial Señora! otros ú

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