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68 Colorin Colorado elias de méfito singular, de Mmausdleos monumentales, y de verdatieras calles, formando una ciudad original. Créeme que, aunque es cosa funebre, si haces esa visita, has de quedar admirado y complacido. —Pues... “{pa que mo me lo cuenten!” como dicen en Ara- gon, repliqué yo, poniéndome de pie. Las tres horas que me quédan antes de la salida del tren voy a aprovechar para ver @sas maravillas. —¥ acto seguido, sali de casa, subi al tranvia, y a fos tereinta minutos, ya estaba ante los muros del sagrado recinto. £1 dfa era uno de los del mes de agosto y la hora la peor del dia, porque acababan de dar las dos en el reloj de la Ca- tedral; pero corria una suave brisa nortefia que templaba mu- cho el calor. —jBuenas tardes! ie dije, doblandome en dos mitades, a un individuo, de tipo entre obrero y sefior, que s@ apoyaba pe- rezosamente en el marco de la puerta monumental. —{Buenas tardes!, me contesté. ~—zSe puede visitar el cementerio? —*,Ahora?”, me preguntd, dibujando en su faz una sonrisa maliciosa, que queria decir: “;Isidro tenemos!” —78i no hay inconveniente...! ~No sefior, no. Puede ustéd pasar. Pero le advierto que no va a encontrar én él alma viviente, a no ser moscas. No respondi nada. Le rej cl chiste, aunque me pareciéd de mal gusto, hice otra inclinacién de caboza, y entrée. Tenia razon mi pariente. El espectaculo que se ofrecié ante mis ojos de aldeano, al traspasar el dintel, fué de los que no se olvidan. Muchas cosas me asombraron alli: la extensidn de aquel campo de muerte, que a mi me pareciéd inconmensurable; la variedad casi infinita en la forma, de las tumbas y de: las cruces; los mausoleos tan graves y de tan diferente estructura; la blanoura deslumbradora de todas aquellas manifestaciones de arte funerario, en contraste violento con la podredumbre que. encerraban en su interior, y sobre todo, lo que para mi era una cOsa nueva, aquellas verdaderas calles, rectas, simétricas, con todos los vecinos muertos, donde resonaban mis pasos de hom- bre vivo con un sonido particular, que me crispaba los nervios, y al verme solo, me infundia verdadero pavor. En fin, que en el espacio de hora y media que duré mi estancia en aqueila poblacion silenciosa, me di un verdadero hartazgo de emociones las mas extrafias y las mas hondas, aun-
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