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56 Colorin Colorado €n aquei revuelto campo de agramante, exclamaba desde fuera: ~jPor Dios, por la Virgen Santisima, por San José bendito...! No Obstante, aquello no césaba. Entonces la madre, viendo a sus hijos acorralados en un angulo de la sala y hechos blancos de los pufios de la sirvienta corrié al balcén, y abrié sus hojas, para pedir socorro. Pero ahogé el grito en su garganta, porque en aquel instante vid que su tio don Julian, que desde la plaza, habia entreoido, a través de los cristales, el ruido de la trifulca, se dirigia ra- pido a casa de su sobrina. i Liego efectivamente, abrié la puerta con Have que siempre llevaba consigo, y aparecié subitamente en el saldén. Su presencia venerable calm6 instantaneamente la tempes- tad. Los peleantes se quedaron como si Jes hubieran disecado. Nadie hablaba alli. Nadie podia hablar. No se Ojan mas que sollozos, gemidos inarticulados, jadeos de respiracién y grandes resoplidos. ~—Pero zqué es esto?, pregunté, al fin, el santo varén. gQué pasa aqui? zQué escandalo es éste a altas horas de la noche en una casa de cristianos? ~—jAy, tio!, gimiéd dofia Blanca con voz entrecortada. ;Ay Jesis mio! Yo le explicaré todo. Yo le contaré. —jA que mas de la mitad de ia culpa de lo ocurrido aqui la tienes tu! —jNo me rifia, no me martirice, tio! ;Ay, Jesus, a mi me va a dar algo! . —Habla. Di. Calmate y habla. —Yo le referiré todo desde el principio, si sefor. ;Dios mio qué trabajos! Pues bien. El caso es éste. Un dia, estando en el jardin tomando el fresco, les dije a mis hijos que hay en el mun- do un ave que se Ilama faisan, y que el falsan es “comida de reyes”. Ellos me pidieron entonces que les comprara un falsan para comer como los reyes. Yo me resisti, tio, oréame que me resisti al principio. Pero ellos no dejaban de machacar un dia y otro, siempre sobre el mismo tema; y como yo no me rendia, se rebelaron y no me querian obedecer, si no les traia el faisan. Entonces yo fui a Pamplona, etc., eto., todo lo que el lector sabe ya. —Pues lo que yo digo, sobrina, clamé enérgicamente don Julian, al escuchar el relato, la mayor culpa la tienes tu, por tus debilidades, por tus condescendencias, por tus mimos, que son la ruina de toda educacién. —1Pero tio, si no condescendi....! 1Si ya le he dicho a usted que, en vez de traerle un faisdn, les traje un gallo...!
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