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por Pepito Reyes 5 bién ei pucherillo, y levantandolo en alto, dijo a sus hijos con satisfaccion y hasta con orgullo: —Hijos mios, lo prometido es deuda. Pues aqui tenéis fal- san, “comida de reyes, guisadico y todo”. La manifestacion de jubilo fué entoncés verdaderamente estruendosa. Aplaudian los pequefids, vociferaban, miraban el ta- rro por fuera, luego por dentro, olian su contenido, bailaban en torno de él... y a tanto Ilegé su entusiasmo, que Carmencito, sin poder résistirlo, arrebaté el tarro a su mama, saliéd con él al baleén, y dirigiéndose a sus amiguitas, que a la ‘uz de una bombilla estaban jugando en la plaza a la gailina ciega, 'es empezo a gritar: —;Concha, Visi, Puri, Lola, Nati, mirad por aca! —gQué es esoO?—preguntaron ellas, dejando de jugar. —Algo grande. Aqui en este tarro hay un faisan, comida de reyes. Nos lo ha traido la mama de Pamplona, guisadico y todo. —~De verdad? —De verda:! —jVaya lujo! ~—Oye, Carmeénchu, dijo una de ellas, guérdame para mafiena una tajadilla. —No puede ser, hija mia, y dispensa. De esto no deben co- mer mas que los reyes y nosotr@s. Y dando media vuelta, entré en la sala, cerrando el balcén. Hubo seguidamente una discusién entre los futuros co- mensales sobfe la hora de comer el manjar precioso. La ma- yoria, como es natural, opinaba que inmediatamente; y alguno de ellos se encaminaba ya hacia el armario en busca del tene- dor; pero la mama, haciendo uso de su suprema autondad, contesté que de ninguna manera. —“A todo sefior todo honor”, dijo. Este vistoso tarro que contiene tan delicado alimento, honrara en esta noche nuestra casa, colocado sobre la cémoda entre dos tiestos de flores, y mafiana lo comeremos a ia una de la tarde, ni antes ni después. —Oye, mama, obscrvé Fernando zy el gato? {No valya a entrar el gato aqui por la noche, huela el faisan y nos cha- fe la guitarra! —Gon ese granuja me entiendo yo, respondié la Josefa. La Josefa era la sirvienta, una mocetona del valle del Baz- tan, de treinta afios de edad, alta como un chopo, dura como uNa carrasca, y cON cada pufio como una mandarria. La cual, después de decir esas palabras, se encaminé a la cocina, le arreé un garrotazo en las costillas al minino, que dormia tranquilamente sobre la chapa, dié el animal un salto
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