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por Pepito Reyes 277 Asi las cosas, pues; en una noche placida de ‘pans en- vuelta la villa de marras en un manto de tinieblas, dormidos o descansando en paz sus habitantes, en silencio toda la fauna de la vecindad, y el mundo dando volteretas por los aires, como si le importara un rabano por todos jes mortales que Hevaba encima, abrié las puertas del baleén e! sefior citado mas arri- ba, se llegé hasta la barandilla, puso sus dos manos junto a la boca en forma de bocina para que resOnara mas la voz, y em pezé a gritar desaforadamente con toda la fuerza -de sus pul- mones: -“:Un robo! jun robo! jun robooo!” Aquel grito angustioso e inesperado cayo sobre la dormida villa como una piedra de doce arrobas sobre el estanque repo- sado de un Jardin. —j Ladrones!—exclamo sin duda cada vecino sentandose en la cama.— ;¥a la tenemos! Siguieron a esto unos segundos de silencio, y la Hamada de socorro volvid a Oirse con acento de mayor desesperacién: "--;Un robo! un robo! jun robooo! A los pocOs momentos, se percibié en todo el puebio un es- trépito infernal de mil ruidos heterogéneos, se abrieron casi al mismo tiempo las puertas de todas las casas, que empezaron a vomitar hombres de todas las cataduras, a medio vestir y ar mados de garrotes, escopetas de todas las marcas, asadores de cocina, sardes, y horquillas y vociferando: ~—zDénde estan? zdénde estan ellos? —j,Aqui!—Repetia la voz.—;Un robo! ;Un robooo! Guiados por aquel acento tragico los vecinos se reconcen- traron rapidamente en una plazoleta de cara al edificio y al baleén de donde partian los gritos; pero alli nada se veia. —Pero zqué es eso? zquién pide socorro? zDénde esta el robo? 3 —-, Aqui. Aqui!—repitid la voz desde la osouridad. Y sacando una cerilla el individuo del balcdn, se la restrego a todo lo largo del pantalén de abajo arriba, se alumbré a si mis- mo y se dejé ver ante el pueblo un hombre vestido de capa y oublerta su cabeza como fraile mendicante, pero no con el ca- pucho, sino con un robo... con un robo de medir granos. Lo primero que hizo el pueblo al contemplar aquelia visién fué pasmarse de arriba a abajo, éomo Don Quijote y Sancho Panza en la aventura de los batanes.

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