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por Pepito Reyes 263 iQuién le habia de decir A esta gloria de Navarra Que tendria que dormir Sobre su misma guitarra! jHasta coplas hago yo cuando quiero! Pero aunque soy poeta, no me vale, y tengo que pasar la noche al sereno. ; 5 En fin, ja dormir en la calle, que asi lo ha dispuesto la sefiora! i¥ no hubo misericordia para él! Alli tuvo que dormir la mona, aguantando cuatro horas de duro relente, porque te participo.al lector que la noche ere una de las més finas y crudas del mes de marzo. se Pero antes de que la rosada luz de la aurora iluminara aquel cuadro bochornoso, se abrié la puerta de la casa y re- aparecié en ella su duefia, la cual, acercdndose a aquel bulto congelado, le agarré, del brazo, diciéndole: — Ven aqui, desgraciado! Y se lo tlevé con la mayor facilidad y casi en vilo hasta la cocina. La cocina, en contraste entonces con el frio de fuera, es- taba verdaderamente acogedora y agradablie. Ardia, crepitando, en el hogar una fogata descomunal, y muy cerca del fuego estaba colocada uMa mesa pequefia, cu- bierta con mantel blanco como la nieve; sobre el mantel uno tertera de alubias rojas, cocidas y humeantes; sobre ellas, dos grandes trozos de longaniza casera; en un angulo de la mesa, una naranja en plato de postre, y la cafetera junto a las brasas. De vino, ni gota, por supuesto. Después de ayudar a sentarse a su marido (que, aterido de fo, estaba casi para el arrastre) le dijo la Juana con imperio: —Comete eso, que bien lo necesitas, aunque no lo mereces. Pero cémelo, y después hablaremos. Y ella misma, seria en las palabras y solicita en las Obras, le ayud6é carifiosamente. : Ella le dividié la racién en trozos pequefios, ella le mondé { la naranja y se la entregdé también partida, ella le sirvid el café, y ademas (paésmense y aprendan las cassdas tercas y vengativas que nunca quieren seer) ella misma le enoendid el cigarro. | ; |

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