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260 Colorin Colorado _ —No, no soy hombre de carrera, sefiora. De carrera sen los caballos, los galgos y los estudiantes. zQuién es usted? —Abre la puerta y fo sabras. De ningun modo. Yo no levanto el rastrilio de esta for- taleza, sin saber quién quiere entrar. Digame su nombre, se- fora. ~Cémo se tlama? . ~duana Martinez Navarro, para s@rvir a Dios y sacudirle a usted. : —Entonces yes usted mi mujer? Claro que si. ~tmposible. Mi mujer es una persona muy honrada, y no es de personas honradas volver tan tarde a casa, s¢gin me lo han dicho a mi hace poco. Comprendié entonces la Juana que por aquel método y con equeélios tonos nada iba a conseguir y cambid de tactica. Se inclina, coge con mucho disimulo un gran pedrusco, to levanta para ensefiarselo a Juan, cuyos ojos no estaban para distinguir de bultos, y le dice en tono familiar y con acento carifioso: —Oye, Juan. ~~~ Qué? ' —Baja a abrir, que te traigo esta botelia de vino, que te va a gustar. —g~De donde? '—De la taberna. | —jMentira! La taberna la han cerrado cuando he salido yo. : Es que no es de la taberna del Cojo, donde has estado tu, sino de ia del tio “Tachuela”, y es de primera. ~—Va sé de dénde es, de Murchante. —No es de Murchante. —Pues de Carifiena no sera. ;Se rematé la semana pa- sadal... ~—Pues de Carifiena es. —zDe. veras? —De verisimas. —Aguarda, aguarda. Y sin soltar la guitarra de la mano, se. lanza en busca de_ las escaleras, para salir al. encuentro de la botella. La Juana, que fo siente bajar, se prepara afirmandose bien en el suelo, extiende su brazo derecho, convirtiendo en garfio cada uno de los dedos de su mano, y cuando ve fuera de la puerta nada mas que medio cuerpo de su marido, hace presa

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