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por Pepito Reyes _. 233 en el afan de no perder ni un ripio de la tragedia. Cualquiera diria, curioso lector, al ver aquel grupo de in- dividuos caminando silenciosamente por el carrejo a aquellas horas, que trataban de deshacerse de algun tirano acribillandole a pufialadas en su mismo lecho, para librar de él a la nacién; pero nada mas lejos de la verdad. Sus propdsitos, aunque sangrientos, eran honrados como se va a ver ahora mismo. Y¥ fué que la tia Melchora, acercandose a la corraléta, apar- té el tablén que cubria Ja entrada. Oydése en el acto un grufiido sordo en su interior, y a los pocoOs segundos, asOmé por la puerta la monstruosa y enorme cabezota del sentenciado a muerte, el cual, viendo la mazorca de maiz en manos de su duéefia, él, que’ no habia comido hacia mas de veinticuatro horas, bajé lentamente el escalén, y em- pezé a caminar en pos de ella. La tia Melohora, andando hacia atras, sin dejar de mos- trarie el aperitivo, lo fué conduciendo pasito a paso hasta ol portal, parandolo al mismo trillo donde habia de morir. Vacid alli el maiz desgranado y el animal empezo a comenio tranquilamente, sin imaginarse los horrores que le aguardaban. Todos hacian corro entonces en torno de la victima. —Vamos a ver, le dijo el tio Marcos al pastor, sonriendo de satisfaceicin, zqué te paice a tu de esto? —Bueno esta tio Maroos, contesté el pastor, bueno de veras. Le aseguro a usted que no hay otro como él en el pueblo. —zCuantas le echas? ~—~“Docenas”, quiusté decir? —j Claro! —Pues este tio pesa treinta y cinco docenas como una, ~-Asi calculo yo también. —Oiga usté tio Marcos, replicéd el matarife poniéndose re- pentinamente serio. z¥ no convendria llamar aqui mas gente? Porque el animal es de mucho poder y... -—No sefior, salté aqui Pascual, picado en su amor propio, aqui no hace falta nadie mas que nosotros. Ustedes dos su- jetenle la cabeza, que de lo demas me enoargo yo. ~Pues, nada jal avio, que pa luego es tarde! Escupiéronse las manos los tres hombrazos a la vez, y en aquel instante, Vidal Ezcurra y Marcotegui, de treinta y cinco afios de edad, picado de viruelas y cabrero del pueblo hacia trece afios, rompié el silencio solemne de aquella noche del dia 17 de enero, diciendo la frase tradicional, con voz fuerte, casi dando un gnito:

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