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ners ene al por,Pepito Reyes 223 primero que me tocd fué un albafiil de pueblo. —jHorror! . —Aquello no era vivir. Diez horas casi seguidas trabajando en el alto de un andamio con un matacabras que nos pelaba, y no poder meter al individuo aquel en la cama por mas que tosia, y sin otro alivio ademas que dos pucheros de patatas y una hebra de carne. ;Iimaginate tu! Conque al fin, antes de ter- minar ja semana, piqué de alli y me colé por las narices de un labrador. —Y¥ empeoraste, claro esta. —j;¥ tanto! Ya me oli yo la mala suerte en seguide, por- que no hice mas que toser tres veces, avisando mi legada, cuando salta mi hombre y dice: “jal catarro con el jarro!” ¥ en efecto, me alumbraba cada chaparrén de vino que me atur- dia. Asi es que a los tres dias ya estaba yo fuera de puertas. Asi he andado de la ceca a la meca durante seis meses, recorriendo todas las artes y oficios, y anidando, hoy en un sastre, mafiana en un zapatero, al otro en un guardia de asal- to, etc., etc., y todos me han tratado a vaqueta. ~—Oye. Una palabra. zHas visitado las casas de los ricos? —Pues claro que si, y siempre, siempre con mala furtuna; y precisamente esto es lo que me trae desorientado. Conque un dia, ya en el colmo de mi desesperacién, dije: ;Ataquemos al clero- pero al clero que hace profesién de mas virtud, que éste me trataré bien, y viendo a un frallecico que ibe muy descuidado camino de su convento, sin encomendarme a Dios ni al diablo, la emprendi cog él. — Ay, ay, ay, ay! tu estas enfermo de la mandarina. —Pues... : —Sigue, sigue, que luego hablaré yo. —Pues sefior, al verlo tan humildico, con la cabeza incli- nada y las manos en las mangas, pensé y dije: ésta es sin duda un alma de Dios que me cuidaré bien y me depara un large hospedaje. Pero fué todo lo contrario. Todo era alli como para hacerme correr. La cama de tabias con dos mantas que se transparentaban, la almohada de hojas de maiz, con cada tron- cho que me hacia ver las estrellas; y @n cuante a ta alimen- taclén, si dejabamos tas lentejas, era para sacudirie a las ‘habas, —zZY no te daban nj un caldico siquiera? —z_Caldico? Ya, ya. Un fraile motilén entraba en le celda infaliblemente a las nueve de la hoche con tres pintas de aguy de flores cordiales, que me dejaban atolondrao; y a todo esto, sin dispensa alguna, levantarse a las cinco menos cuarto y a
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