BCCPAM000R48-1-33000000000000
Roe ae por Pepito Reyes 219 —jDivorciate! Volvid la cabeza el tio Manuel para ver quién hablaba asi y vid a una vecina Hlenando el hueco de una de las hojas de la puerta. —jFuera de aqui... chapucera!, grité el zapatero acudiendo a cerraria. A usted no le importan los asuntos de esta casa. —Me importan, si, sefior, porque Juliana es mi amiga, y es una vergUenza que, por culpa de usted salga por ahi vestida como una tarasca. ? —Tiene razon, afiadieron tres o cuatro vecinas mas, inva- diendo el zaguan como un aluvién. Lo que hace usted con ella no tiene perdén de Dios. El zapatero creyé que sOfiaba al ver todo aquello. —jPor vida de Judas ladron!, rugid, hecho una fiera. Ya estais todas pitando de esta casa; si no, cojo el tirapie y zurro aqui mas badana que San Crispin. Hala, decia, empujandolas, 2 cuidar los garbanzos... —;Divorciate!, volvio a gritar una de ellas. —Divorciarme, no me divorciaré, respondid la tia Juliana, enjugandose las lagrimas con el delantal, porque eso es pe- c3d0; pero si no me compras el abrigo marrér, me marcharé con mi madre. —zQue te iras con tu madre? zQue me dejaras a mi y te iras con tu madre?, pregunté el zapatero fuera de si. —~Me compraras el vestido? —No y no. No puede ser y no sera. —Pues ahora mismo te dejo y me voy. Y diciendo y haciendo, tomé la escalera, y se encamino a la salita a hacer el hato. El remendén quedé un instante perplejo al ver esto; pero luego afiadié, como iluminado por una idea repentina: —Aguarda, aguarda; que si td vas a casa de tu madre, yo voya ir a casa de mi abuelo. Y sin mas ni mas arranca escalera arriba, se adelanta en cuatro brincos a su mujer, entra en la sala, mete en un area su brazo derecho hasta el hombro, saca de aquel DE PROFUNDIS la onza maldita, y abriéndose paso por entre aquel grupo de cotorras que obstruian la puerta, corre a CASA DE SU ABUELO, es decir, al palacio del Marqués del Pampano, aprieta nerviosa- mente el botén del timbre, abre un lacayo la puerta, pregunta por él, le contestan que esta en.su despacho, entra precipitada- mente y sin saludar siquiera al ilustre précer, le arroja a la mesa ia onza de oro, diclendo al mismo tiempo: —jPara usted! Y emprende la vuelta mas que al trote.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz