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por Pepito Reyes 285 El respondia a todos saludando con la mano, pero nada con- testaba. Y decian los vecinos, admirados: —Pero qué le pasa hoy a este hombre? Al llegar a su domicilio, le salié al encuentro su mujer, ia tia Juliana, alegre y cantaora como el zapatero, diciéndole con mucha chachara: —jHola marido! Tanto tiempo sin oirte. Ya me parecia a mi que no eStarias en casa, al no oirte cantar. . —pChist!, le contesta el tio Manuel cruzandose los labios con el indice de la mano derécha. —~ZQué sucede? El zapatero le mandé con una sefia que le siguiera a la co- cina. —~Pero zqué pasa? Si estas palido como la cera... gquée tienes? —Una onza de oro, contesta el tio Manuel mostrandosela a su mujer. —j Virgen Santisima! Pero oye, zes tuya? ~—De los dos. El sefior marqués me la ha regalado hace quince minutos. —Pero zes verdad esto?, exclamé la tia Juliana, loca de alegria. —j;Calla, por Dios! No grites. Cierra la puerta de la calle y pasale bien el cerrojo. La tia Juliana cerré la puerta y le pasé el cerrojo. Tomada esta precaucién, los dos consortes se pusi¢ron a. mitar y remirar fa flamante moneda, la volvian a un lado y a otro, leian las inscripciones que Hlevaba, la hacian sonar en el suelo, pareciéndoles todo un suefio; y luego se dieron a cavilar qué harian y en qué emplearian aquel capital que pareoia les habia llovido por la chiménea. Asi pasaron toda la tarde. Excusado es decir que en toda ella no entonéd una mala cancién el zapatero. No podia cantar, siendo rico, porque los rivtos no canten. Al llegar la noche, te dijo el tio Manuel a su mujer: ~—¥ ahora zdénde ponemos ta onza? ;No nos la vayan a rObar estando durmiendol... —Eso digo yo, contesté su mujer. Pero no hay cuidau. Ce-

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