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por Pepito Reyes 195 -—Ya ya. Con que en el hotel, dice el camarero con cierto tono de perplejidad. Bueno; veremos a ver si puede esto arre- glarse de algun modo. Y volviendo la espaida al huésped, se aleja y desaparece en las habitaciones interiores. El baturro entoncés se€ pone a mirar al techo, tan fresco como si no hublera nadie en la sala, y entretanto menudean entre la concurrencia los murmullos y cuchicheos. Hay comentarios para su persOna y sus arreos, para su al- forja, para sus alpargatas, para su chaleco, para su actitud, para su -mirada, que revela gran indiferencia y despreocupa- cién, y sobre todo, para aquella faja descomunal, que le forma delante del abdomen una concavidad donde se ven, holgada- mente colocados, un pafiuelo de colores chillones, una petaca, un sOnajero, una pequeéfia mufieca, que abre y cierra los ojos al mas leve movimiento del baturro, y un paquete conteniendo no sé qué, casi tan grande como una acordeén. Transcurren asi unos cinco minutos, y reaparece entonces el pinche que se marché, acompafiado ahora de un sefior de » alto porte, calva solemne y gafas negras. El cual sefior acereandose decididamente al huésped, le dice con mucha cortesia: —Buenas tardes, ~—Buenas tardes, —Con que zqué pedia usted, buen hombre? zqué es lo que _ desea? —jRediez comer!, contesta el aragonés, empezando a sulfu- ‘rarse.gNo se come aqui? 4No es esto una casa de comidas? z2No esta comiendo toda esa gente? Pues eso mismo quiero yo. A las siete de la mafiana, un poco antes de salir de casa, me he comido un puchero de habas con dos cachos de longa- niza. Es la una de la tarde. ;Me paice que ya es hora de que coma otra vez! —Bien, bien. No se incomode usted por eso. Ya comera. Ahora mismo se le va a servir. Tenga usted la bondad de se- fialar en la carta. ~jAh, yal, contesta el baturro, amansandose instantanea~ mente. Usted perdone. No me habia fijado en el “ohisme”. Y¥ tomando el “chisme” en svs robustas manos, inclina so- bre él la cabeza, y después de pasarse lo menos siete minutos