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a — 186 Colorin Colorado siguieron arrastrario y meterlo en un amplisimo salén de la plenta baja. Tres horas después, estaba ya el viajero encerrado y enca- rado con aquel mastodonte. . Fortunato, ya muy limpio y adecentado en su traje a ex- pensas del Padre Abad, comia a su lado en ia mesa presiden- cial del refectorio, al mismo tiempo que la Comunidad. Carne pocas veces la cataba, pero los cuencos de potaje que le servian eran imponentes; con lo cual y el buen apetitd, que es la mejor salsa de toda comida, su fisico iba transfor- mandose rapidamente, sentia mas ganas de hablar, ganaba en peso y a los veinte dias de su estancia, ya reaparecieron en su rostro en grandes bandadas, después de varios meses de au- sencia, los gidbulos rojos, esos simpaticos nuncios de la sa- tud, la fuerza y la alegria. Su conversacién con el Superior era animada y cordial, tra- tando de las cosas mas variadas; pero sobre el asunto prin- cipal Jamas desplegaba los labios ninguno de los dos. Hasta que un dia el Padre Abad se atrevid por fin a de- cirle: —zY seria una indiscreccién, hermano Fortunato, s! pre- guntarle cémo va su obra? —jAy, Padre Abad, Padre Abad! respondio el preguntado, con muestras de gran pesadumbre, y ;qué noticia tar triste tengo que comunicarie! —Pues zqué pasa? —zPasar? ;Feliz seria yo si pasara! Lo malo @s que NO pa- sa, sino que se esta alli, inmévil, impertérrito, atrevido, y, en cierto modo, insultante. ~—Pero zqué? No lo entiendo. —Un nudo, Padre Abad; un nudo que le ha salido a San Cristébal. Pero ;qué nudo! ;¥ en qué sitio! En el pecho de la santa Imagen, y tan abultado como la cabeza de un nifio de tres meses. —j;Pero hombre, qué contrariedad! Oiga, hermano Fortuna- to, y gno se podra ya seguir? —Imposible, Padre Abad. Este contratiempo nos parte por el eje a vuestra Paternidad y a mi. Diez y siete decimetros de madera, al parecer buena, me quedan por la parte de abajo; pero ya comprendera vuestra Reverencia que, habiendo sido