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“dnocente Cuatro nombres desfilaron por ia imaginacién del Pa- dre Maestro de Novicios ta vispera de imponer el santo Habito franciscano a aquel postulante singular, Fr. An- gel, Fr. Candido, Fr. Serafin y Fr. Inocente. Al fin, después do algu- nas vaocilaciones, se quedé con el ultimo, por creernio el mas expresivo y apropiado. Y sin duda que acerté, porque al volverse hacia él en el presbiterio, y decirle las palabras sacramentaies: “Hermano, hasta hoy te has tlamado Faustino. Ese ha si tu nombre secular. Pero desde este instante vas a dejar las costumbres seculares y el nombre también. Desde hoy te Hamaras Fray Inocente”, toda la comunidad que le rodeaba, y el mismo pue- blo que asistia al acto, y conocia muy bien (porque era un{ paisano suyoO) a aquél candidato de mirada angelical y ojos azules, @xpresaron su asentimiento y su satisfaccién con una sonrisa espontanea que quenNa decir: —jPintiparado! ;Inocente su alma! j;Inocente su nombre! Porque era Inocente de veras, aquel joven y lievaba ademas ese don inestimable retratado en su rostro, como joya preciosa puesta en el escaparate a la vista de todos. Pequefio de estatura, rubio el cabello, blanco de color, manos diminutas y rechonchas, como las de un nifio, con un mirar bondadoso y efusivo que parecia que iba ofreciendo su corazén a todo el mundo, tenia ademas unas preguntas tan candidas, y unas caidas tan deliciosas, que ¢6l primer impetu de los novicios, al oirle hablar en esas ocasiones, era darle un abrazo. © Le llamaban el “Benjamin” del noviciado y, ya se sabia, _ en cuanto el P. Maestro pronunciaba el “rompan filas” a to- j
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