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por Pepito Reyes Wi piros y soilozos, y, haciendo trizas no solamente las frases, sino las palabras que brotaban de sus labios temblorosos, no en forma de vocablos, sino de gemidos. Y coOncédame el iector, que creyendo la tia Gregoria lo que creia, NO era para menos. Cuando acabo por fin de hablar, s@ marido, que estaba re- presentando su papel, casi tan bien como el tio Lucas e! suyo, en el templo, le dijo con cierta solemnidad y simulando ta mayor emocion: —Mira, Gregoria, las cosas en el mundo hay que tomarlas conforme vienen, y lo que hoy te ha sucedido, si bien se mi- ra, NO 6s pa hacer temblar a nadie. Qué ha de ser? Ni mu- cho menos. No te apures, pues. YO, créeme, hasta orgulloso me siento en este instante al pensar en io que me has dicho. Si, senor, Orgulioso. ;Hola! Haberse acordado Dios de ti de un moao tan particular; haberte dirigido ia palabra pa repren- derte y por lo tanto pa hacerte mejor, acordarse de nuestra casa, de mi y de nuestros hijos, y cuidarse hasta de nuestra comida, encargandote que vigiles bien los pucheros... Desen- gafate, Gregoria, que esto es una cOsa grande pero grandi- sima!; gQué familia hay en este pueblo que pueda decir otro tanto? ~Cual? A ver jque levante el dedo! —jAy, Anselmo! --dijo la tia Gregoria con voz débil y en- fermiza--, jy si vieras los gritos que ha dao nuestro Seior cuando me ha dicho eso de los “pucheros’’! Pero ;qué gritos! ;Sobre todo el ultimo! ; —gLo ves, Gregoria? ~Te desengafas? Nada, lo que te digo yO; Dios nos quiere y esta con nosotros, y se esta cuidando hasta de nuestra comida, pa que esté bien sazonada y nos chu- pemos los dedos con ella. Créeme que, al pensar en esto, me esta entrando una alegria que me dan ganas de dar una zapa- teta en el aire. gNo te pasa a ti lo mismo? Di zno te pasa? No entraba la tia Gregoria con facilidad por esa explicacién del suceso, tan inocente, derechista y bonachono; pero el re- sultado final fué prometer, como prometié “por estas que son cruces”, cumplir al pie de la letra en adelante todo lo que aquella voz misteriosa y terrible le habia ordenado desde el fondo oscuro del altar mayor. Y asi lo hizo. Y sin dificultad alguna, pues la impresion que le dejé en el alma aquel suceso memorable fué tan terrorifica, que ya no se atrevia a acudir al templo sino acompafiada de su marido, 0 cuando habia mucha gente dentro de él.

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