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En una aldea del norte de Navarra vivia hace pocos afios, un sefior maestro,a quien Ilamaremos ahora D. Lino, y al cual le gustaban mucho los caracoles. Recorria los campos, saltaba las tapias, y entraba en los huertos para cogerlos; y como algunas veces llovia a cantaros durante la operacidn, D. Lino se ponia hecho una sopa. EI sefior médico del pueblo, que era muy chungén, solia decirle algunas veces, ai verie tan mojado: —“;Cuidado con los caracoles, sefior Maestro, cuidado con los caracoles!”, pero D. Lino le contestaba: —“;Vayase al ocuerno!” y no le hacia ningun caso. Es, pues, de saber, que, encima del salén de la escuela, habia un desvan, llamado comunmente falsa, y en un rinoén muy os- curo de ella tenia D. Lino una pequeéfia tinaja, tapada con una cobertera, y en ella iba depositando, y de alli los tomaba para comer, los caracoles que recogia. Ahora bien, un discipulo suyo, Namado Evaristo, nifio muy 2 Smee an
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