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160 Colorin Colorado tera, @mpezo a trepar, mas qué a caminar, monte arriba, y en linea recta para llegar mas pronto. Logré al cabo alcanzar la meseta, aunque acribillado, su- doroso y jadeante, pero el castillo que se veia muy bien desde lx ciudad, habia deésaparecido. Salo se distinguia un fondo te- nebroso, y a unos cien metros, una luz que se movia, yendo y viniendo en sentido horizontal, lentamente pero sin detenerse nunca. —jlré hacia la luz! —se dijo el tio Esteban—. Alli me orien- taran. Y empezé a avanzar hacia ella. A los pocoOs segundos se oyé un grito: —j; Alto! El tio Esteban no dejé por eso de avanzar, pensando can- didamente, que siendo honrada y pacifica su intencién, aquel grito no podia ser por él. Se oyeron en seguida otros dos gritos, iguales, pero mas fuertes, y luego un disparo de fusil, cayendo en el acto el tio Esteban desplomado sobre la yerba como masa inerte y sin exhalar un quejido. El centinela, que sintié muy bien ei sonido de la caida, se adelanté hacia el lugar y vid a un hombre de tipo aldeano, tendido en tierra, agitando convulsivamente las manos y los pies. Le acered e] farol a la cara y... ~—j Virgen Santisima! — exclamé dando, no un grito, sino un verdadero alarido de horror, tirando el fusil y e! farol, y abalanzandose sobre su padre. Porque era Miguel, su hijo el que habia disparado. ~—jPadre, padre! — le tamaba con todos los tonos de la angustia humana, tratando de incorporarlo sobre el césped. Y a ta luz mortecina de la linterna, vid a su padre abrir languidamente los ojos, y decirle con voz expirante: —gMiguel? zeres tu? ~Pues cémo ha sido que...? ~ q Y no hablé mas. Cerré nuevamente sus parpados, volvié a estremecerse un poco, y expird. ‘ -Ww- tragico, gran numero de soldados, los cuales separando a du- — eas penas a Miguel de su padre, se los Hevaron a los dos al Fuerte, al padre, muerto, y al hijo, poco menos. Costé mucho trabajo arrancar al cadaver la cesta, que la tenia fuertemente adherida al pecho con el brazo contraido,