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por Pepito Reyes ‘A4t teniendo valor para escribirle, confesandole ese despiifarro, de los pocos céntimos que el Estado nos da cada dia, me re- servo la mitad, hasta juntar lo suficiente para comprarms un devocionario. Y mientras ese dia llega, me sirvo de fa baraja, como de un libro piadoso, para pensar én Dios. —z~Como? zEs posible que los naipes fe hablen a usted de Dios y de las cosas de la Religién? — Ya fo creo! Mire usted. Saco, por ejemp!o, el “tres de oro”, y aqueéllas tres circunferencias tan hermosas y refulgen- tes me representan a la Beatisima Trinidad, Padre, Hijo y Es- piritu Santo, tres Personas distintas y un solo Dios verdade- ro, como estoy viendo alli tres figuras en un solo naipe. Adoro a la Santisima Trinidad, como buen cristiano, ie doy las gra- clas por los beneficios que me ha dispensado, y sigo ade- lante. Me fijo luego en el “cuatro de oros”. El “cuatro de oros” me recuerda a las cuatro virtudes cardinales, “prudencia”, “jasticia”, “fortaleza”, “templanza”, eje de ia vida moBal del hombre, como Io sabe usted mejor que yo. Hago el propdésito de trabajar por adquirirlas y sigo “le yendo”. El “siete de copas” me trae a la memoria ios siete peca- ‘dos capitales, que ofrecen al hombre el placer corporal o el de! espiritu, la sensualidad o !a soberbia, pero a costa de la vida de! alma. Al ver aquellas copas, simbolo de los deleites prohibidos, y por consiguiente del pecado, prometo no acercarlas nunca a mis labios, huyendo de ellas, como de la serpiente ponzofiosa. El “siete de espadas” me recuerda las que atravesaron el corazén de la Santisima Virgen, especialmente en el dia de ta Pasién del Sefior. Me compadezco de ella, me uno a sus dolores, y le pro- meéto firmemente no afligir nunca su corazén maternal con mi mala conducta. * Pongo Inmediatamente en fila los “cuatro reyes” de la ba- raja, y digo: Aqui estan éstos, con sus Waawtos amplios y ele- gantes sus zapatilias puntiagudas, su cetro y su corona. Pero jay! que todo es vanidad, y para los reyes mucho mas que para los vasallos, porque los Estados tan pronto son Monar- quias como Repdblicas, y los mantos se convierten con fre- cuencia en “capa caida”, el cetro y la corona, como dice Cer- vantes, facilmente cambian de sitio, bajando la corona a los ples y sublendo el cetro a la cabeza a dar de coscorrones a su majestad.

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