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por Pepito Reyes ul Luego no es de recibo. Cinco pesetas de multa. —Oiga usted, pero... —No oigo nada—dijo el teniente alcalde, levantando la voz—. Ya me tienen ustedes hasta la coronilla, y si no me resuelvo a poner sanciones fuertes, esto no va a terminar. zPor quién nos ha tomado usted? zUsted se imagina que es ésta una villa de poco més o menos? 2No ve usted las calles empedradas? No ha visto usted la iglesia con ‘dos torres? ,Y a una villa como ésta, tan cuita y adelantada, se atreve usted a traer miel sin uma mosca siquiera? ;Pues se necesita tupe! —jPor vida de Judas!-grité el baturro, desconcertado,—pero si casualmente Ia mie! cuanto mas... —j Nada, nada! a pagar y a callar, si no quiere usted que me incaute ahora mismo de todo su capital, y lo mande a usted a la sombra para dos meses. ! E! baturro estaba aturdido y sin saber lo que le pasaba ante aquel caso tan nuevo para él; no obstante, pagd, aunque a re- gafadientes, las cinco pesetas que se le pedian, bien convencido de que le habia de ir peor rebelandose contra la autoridad, y, tomando otra vez su tinaja, la cargo sobre sus hombros y si- guid su camino. Pero no habia avanzado ni cincuenta pasos, cuando se de- tuvo, y, dandose cuenta de que !o que mas le :nteresabo por en- toncés era poner en regia y cuanto antes su mercanocia, Ilego nuestro hombre, aunque con cierta timidez, a un individuo bajo y regordete que se apoyaba de cvstado en el marco de ur ancho pertalén, diciendo en voz baja: Oiga usted, sefior, gzme deja us- ted entrar en este corral a cazar moscas? ~Pase usted,—respondio el de la puerta, sonriendo malicio- samente, porque habia oido muy bien el dialogo anterior—. Entra el baturro, acomoda con cuidado su tinaja en un rin- con de la cuadra, se esoupe las manos y, después de dar una mirada general a aquel teatro de operaciones, comienza la taréa, Pesca aqui y atrapa alla, ahora persiguiendo de cérca a una cabra, luego atacando con decisién a un burro, 0 agazapandose debajo de una mula, después de brincar por encima de una pesebrera, ayudado en la labor, con acompafiamiento de dis- cordante griteria, por una turba de chiquillos que acvdieron en seguida de todas ‘partes al olor de la jarana, en menos de un cuarto de hora se proveyé el aragonés de toda la volateria que le parecié que necesitaba, fa sumergid sin compasién en tas en- trafias del sabroso manjar, volvié a cargar con todo ello al hom- bro y reanudé su marcha, satisfecho y hasta orgulloso, seguro
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