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DIA OCTAVO Dutcisimo Jesus mio, crucificado por mi amor, que padecisteis inexplicables tormentos, al cla- var vuestra divina diestra, porque se aumentaron los rigores en traerla con la violencia de los cor- deles, hasta el barreno hecho en la Cruz a que no llegaba, encogidos los nervios con la fuerza de los dolores: haced, Sefior, que yo llore las fal- tas que he cometido en cuanto a socorrer al po- bre, en restituir lo mal adquirido, y en hacer obras de virtud: faltas con las que clavando esa libera- lisima mano, he pagado tantas mercedes y mila- gros como por ella derramasteis para bien y con- suelo de todos. Perdonadme, mi Dios estas mis culpas y todas mis ingratitudes. Piedad, Jests mio, con quien ha correspondido a tantos benefi- cios con tantos pecados. Y pues os cost6 tanto el abrirme las puertas de mi felicidad, la que sola- mente lograran los que estuvieren a vuestra ma- no derecha, admitidme, mi Dios en esa amorosi- sima llaga, para que estando siempre debajo de vuestra diestra, no aspire yo sino a Vos, mi Dios

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