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Los ojos velados por el llanto, inclinada la ator- mentada cabeza, muda la garganta, la frente en- cendida por la fiebre y el alma repleta de som- brios pensamientos... ¡En verdad que eres digno de lástima, tú, pobre poeta! Vengo ansiosa de aliviar tu dolor. Te ofrendo con mi amor un torrente de alegria. Quiero alum- brar esos tristes y húmedos ojos. Traigo bálsamo precioso para tu mal. ¿Acaso los malvados desdenes de una mujer casquivana destrozaron tu acongojada alma? ¿O viste, por ventura, que alguien te arrebataba la prenda pura y predilecta de tu amor? ¿Encontraste, quizá, en las selvas de este mun- do amigos traidores que venían con la sonrisa en los labios, pero que pronto desgarraron tu alma y se ensañaron en tu cuerpo y destrozaron todo tu ser? ¡Dime, dime cuanto antes cuál es tu angustia, que yo estoy dispuesta a ahuyentarla al instante! ¿Cuál es, cuál, la nube espantosa que te abruma? ¿Dónde está la causa de esas amarguísimas hieles? EL POETA ¿Vienes, tal vez, a renovar el dolor en mi alma acongojada, con tus hermosas palabras? ¡Oh!, ¡dé- 713
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