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El padre y la madre del mártir —Canta que te canta cantares nuevos, está en la plaza un guipuzcoano, y el deseo de saber lo que canta no me deja sosegar. Así habló la viejecita al trasponer la puerta mientras doblaba la negra mantilla de las Vís- peras. —¿No los has oído tú, Isidro mio? —No, pero luego voy allá a escucharlos en bue- na compaña. La chaqueta negra, el pechero blanco, un bas- toncillo en la mano..., pasito a paso, calle abajo.... miradle qué tiesito va... La propia Mari Mónica, abuelita y todo, lo está mirando como de joven, por el ventanillo del balcón. Un poco más abajo, en un ángulo de la calle, está el cantor rodeado de gente que le escucha con respetuoso silencio. 61

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