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Los caídos Camino de la sidrería, solo, solito, sin compañeros, iba un joven el domingo por la tarde... Una blusita al cuerpo; sobre la cabeza, ne- gra boina—un tanto ladeada—,; ligeras alpar- gatas blancas en los pies; una varita de ave- llano en la mano...; listo el ojo...; tersa la frente...; aire un tanto jactancioso al andar... Una nubecilla, con todo, nublaba de vez en cuando aquella frente... ¿Qué tendria el pobre? Bandada de blancas palomas camino de la iglesia... Las charlatanas jóvenes mucha- chas, al muchacho en medio del camino: —¡Adiós ,Vicente, viejo amigo! ¿Qué nue- vas hay de Melilla? —¿De Melilla? ¿Qué sé yo? —¡Ah! Pues yo bien sé que por haberte de marchar tú mañana, a alguna muchachita —rosadas son sus mejillas—allá en su cora- zón...; en fin, ya tú me entiendes... A PUT E A
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