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A la vera del camino carretil, raramente hollado, aún está la hiedra, tardía, en flor. Aquí y allá, sobre esas flores lacias, hay mariposas ocupa- das en su dulce libar. Mariposas rojas de andra- josas alas; mariposas que declinaron sin amar. Fállame el brío, y subo penosamente, sospe- chando haber envejecido. El Otoño me debilita el aliento, la hojarasca delata con más fuerza el ru- mor de mis pasos, la cuesta me oprime como nun- ca el corazón... Más quebrantado que en mis anti- guas ascensiones, yazgo por fin en tierra. Vuelto estoy hacia el fondo del barranco. La vertiente está de frondas y helechal poblada. El bosque un tiempo verde, hoy amarillea. Por entre sus calvas asoma rojo el helecho. Y aquella empinada cumbre que en otro tiempo campeaba fresca, semeja hoy ferrosa mina. ¿La corteza terrestre se ha tomado de orín, o es que a mis ojos se agolpa la sangre...? Un viento corre, húmedo e importuno, arran- cando a la tierra lamentoso sonido. De los rústi- cos insectos sonoros ya no se escucha el rumor. Tiempo ha que calló el señor poeta Grillo, y poco ha la Cigarra, famosa haragana. 21 b Ñ pe ER A OA +

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