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da al rey Sol. Medrándole está de puro quieto, y la inacción lo madura, y su propia pereza por fin lo desprenderá de la rama... Todo yace aplastado de calor... Animales, plan- tas, peñascos, heredades. Sólo el maizal y el la- garto parecen incapaces de sudar, expuestos como están al fiero sol. Txindoki, leve navío de la niebla en invierno... Ahora véote ante mí, parecido a un gigante de pie- dra abrumado por la canícula y más pesadamente que nunca vinculado al suelo. Y otra cumbre hay allí, verde. En la ladera, cuesta arriba, se le han parado los árboles, encor- vados, jadeantes, como flojos alpinistas que aga- rráranse exangúes a la tierra. Estío; si refugio tienes para este azote, enderé- zame a él con urgencia. Palacio que tuviera cerradas sus ventanas pare- ce el bosque. Dormido está el señor. Mas tiene, por cierto, una persona encantadora para acoger 15

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