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¡Joven manzanal, manzanal blanco, seme- jante a un paraiso de mariposas, o a una ne- vada que se inmovilizó en el aire! Hay a tus pies, en el césped lozano, como un profuso granizo reacio a licuarse, hecho de flores de prado. ¿A qué mirar, para saber si es primavera, al haya joven y pizpireta que está junto al camino? ¿A qué comprobar si se desnudó ya del follaje seco y si, heraldo de los bosques anchurosos, cubrióse ya de nuevo adorno...? ¿Necesito averiguar si Sombra, la hija es- pléndida del hayedal, va haciéndose adoles- cente...? ¿O si el grillo, silvestre poeta, dió ya en lanzar versos sonoros a la puerta de su térreo palacio? ¿Qué me importa el volar de las maripo- sas...? ¿O el fresal en flor...? ¿O la pradera de trébol, semejante a una muchedumbre de danzantes báquicos que, tambaleándose so- bre los pies, muestran en las manos enhies- tas las copas de vino...? AS

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