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barranca honda un torrente re- suena, que hinchó el largo llover. Llego al bosque. Esparcidos so- bre el musgoso lecho, restos de la reciente gran nevada semejan pa- lomas anidadas, o ropas a secar de hacendosa mujer. Cientos de robles tienden al cielo su deseo sedientos, anhelando las primi- cias de luz cuya fuente es aquella herida hecha de oro. Por eso se les ve tan tendidos y largos, que, a favor de las yemas de sus rami- llas últimas, y aún en sombra los pies, para la primavera van absor- biendo vida. ¡Qué hermoso eres, oh sueño! ¡Qué hermoso, pretendido her- mano de la muerte: tú, remanso de vidal... pt es m MN Má

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