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¡Cuán hermosa la descansada vida...! He aqui el otoño. Al salir de los rigores estiva- les, cuán grato es, después del andar sosegado, ses- tear libre de toda inquietud en la cumbre de la montaña! Las nubes que ahora, impulsadas por suave brisa, van pasando sobre mí, pronto, allá en el mar, engalanarán de brillantes áureos tonos la puesta del rey de los astros. Si variable es el tiempo en la primavera, en el estío nos abrasa el sol canicular. Mas ahora... todo es plenitud: allá abajo, en el valle, las manzanas nos muestran sus mejillas teñidas de blanco y car- mín; por la entreabierta mazorca los maíces nos presentan su grano, y las vides se encorvan hacia la tierra bajo el peso de los racimos; entretanto, la brisa juguetea en torno nuestro amorosamente. Extasiado en esta dulce soledad, recojo atenta- mente la sutil mirada del espiritu hacia el interior y... ¡con qué incomparable dulzura van surgiendo los pensamientos en el fondo del alma! A seme- janza del caminante que a duras penas va ganan- do la pendiente, retorno yo ahora los ojos hacia atrás para contemplar el camino que voy andando. El joven mariposea de flor en flor. ¿Puede sa- berse, acaso, dónde declinará al anochecer el sol que a la mañana tan radiante apareció? La oficio- 167

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