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Y el tronco de la raza vasca expandirá su pujan- te savia en nuevos vigorosos brotes. Levántate, José Miguel, hijo de la montaña vas- ca. Tiempo ha que la patria te aguarda con los brazos abiertos. Las talegas de oro que vas atesorando en tus escondrijos, no lograrán sosegar tu punzante in- quietud. Cuando en la amorosa cocina de la blanca casi- ta veas graciosamente sonreír a los mismos ánge- les en los labios del recién nacido, apretado contra el regazo de tu amante 'compañera, raudales de delicias jamás por ti soñadas brotarán en tu pe- cho en espléndida floración. 165

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