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Tendidos pronto en sus establos, comenzarán la tarea de la rumia envueltos en la calma, caracte- rística del ganado casero. También los hombres a esa sazón, recogidos en su interior, suelen revestir de mansedumbre sus íntimos secretos. ¿Quién podría reconocer en el rostro rugoso de aquel hombre, que sestea bajo un árbol, al mu- chaco que emigró de la montaña vasca? El último rayo del sol, que llega vacilante, ha descubierto en su cabeza los primeros jirones de nieve que en invierno se deslizan de los montes. La suavidad de la estación otoñal nos presenta amenguada la viveza que advertimos en aquellos hermosos ojos. A la manera que el niño no acierta a dejar de las manos el plateado juguete que le embobó, así saborea deliciosamente en su pecho la espléndida flor de una ilusión. Las precoces ilusiones se van marchitando a lo 159

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