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Huye tú, muchacho, de entre esa turba de des- venturados. Cuando pronto las jóvenes de rasgados ojos, nacidas en la Pampa, te vean cabalgar sober- bio por las inmensas llanuras tan rápido como el rayo, flameando al aire el ancho sombrero..., ¿có- mo podrán ocultar en los pechos su entusiasmo por tu gentil bravura? ¿Tienen acaso los gauchos de América quien pueda compararse a ti en des- treza en el manejo del hacha y de la guadaña, en las carreras y en los combates de fuerza? MI Radiante de belleza el sol al acercarse al térmi- no de su carrera, nos envía desde el mar la sonri- sa de su despedida. A la presencia del crepúsculo, el paisaje bravíio de las Pampas se atavía oblicuamente de dorados rayos. Para recibir cuando quiera con esplendidez el generoso fruto de la tierra, no necesita aquí el la- briego esforzarse sin tregua en el cultivo. Mientras el sol desciende hacia el mar, los ani- males se dirigen mansamente, camino de la esta- blía, en busca del descanso. 157

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