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¡Son más encumbrados tus sueños, José Miguel! Ven sobre cubierta y la suave brisa norteña ensan- chará tu pecho. Tan claramente como la blanca luna se refleja en el liquido cristal, puedo yo leer los pensamientos que anidan en tu pecho. ¿No di- visas aquellas estrellas que la aurora va ahuyentan- tando delante de si? En el manto azul del cielo di- jérase que son los rutilantes ojos de los ángeles... ¡quién pudiera convertirse en estrella! Te encantan los pintados pececillos cuando, jugueteando entre los cendales de 'espuma, se sumergen en el agua. Si tú tuvieras las aletas de los peces, te deslizarías rápido por los liquidos espacios hasta los abismos marinos. Y si poseyeras las alas de las gaviotas que se posan en las gavias, ¿habría águila que remontara tu vuelo? ¡Cómo hallar sosiego a la inquietud que punza tu pecho, muchacho de la montaña vasca! ¡Tierra..! ¿Hay grito que en cien gargantas estalló? De manera se- mejante en el circo romano salían rugientes los fieros leones de las férreas jaulas. De este rebaño procede el mendigo demacrado que el curioso via- jero ha podido topar en los bajos arrabales de las ciudades revolviendo la basura en busca de un mendrugo de pan arrojado por otro pobre, sacia- do ya. 155

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