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ma, hiende el barco las aguas marinas y las olas impulsadas por el viento lamen suavemente su abultado vientre. Cual de sangre suele Mayo teñir las rosas, así la aurora ha cubierto de rojizo matiz las líquidas llanuras y la claridad, que en las pu- pilas de los niños tienen tan encantadoras irisa- ciones, ha revestido de brillantez las entrañas del mar. No de otra suerte que si le hubieran aprisiona- do en el vientre de un tonel, sentia José Miguel faltarle el aliento. ¡Cuán larga le resultaba la tra- vesia del mar oprimido en las entrañas de una embarcación! Diez días llevaba encerrado triste- mente en el camarote, al igual que el pájaro en la jaula. No ha podido congeniar con ninguno de a bordo. Hacinados en inmensos rebaños van a su lado hombres y mujeres. Hombres que se parecen a los míseros mendigos que van postulando de puer- ta en puerta y mujeres que semejan desgreñadas brujas. ¿Dónde está el idioma sin par cuyo acento tan dulce le sabia en los labios de las muchachas? ¿Hay, acaso, astillas de tal ley en los bosques vas- cos? Indeleblemente impresa llevan en sus rostros la huella del hambre. De la misma manera que en la invernada salen en imponente estrépito las ove- jas de la cabaña, va aquel inmenso rebaño preten- diendo acallar el hambre que le acucia. 153

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