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amigo tan fiel, no vaciles en entregarle tu corazón. ¡Agur! Dios realice tus quiméricos ensueños. Cuan- do los primeros fríos del otoño toquen de hielo tu brioso temple, bien sabes que en tu patria no fal- tará un cálido hogar para acogerte. La casita que su frente encumbraba hacia Orien- te ve ahora, en fría lobreguez, cubrirse de musgo sus muros. En el caldero, que aún pende del negro lar, no se divisa hirviente el harinoso caldo; hánse apagado las secas ramas sobre la chapa y un acre hedor de humedad ha sustituido al humeante vaho del estiércol. ¿Sin la ardiente llama, extinta ya, cómo podrá cocerse en el horno el casero pan? Tocados de la herrumbre enrojecen el arado, las horquillas y las layas. El espléndido rosal que to- dos los años se nos presentaba cuajado de flores se ha marchitado. Y los pájaros, ¿dónde se fueron? El caminante que, sorprendido por la tempestad, busque cobijo en la casa, podrá ver suspendidos de las vigas a los oscuros murciélagos. Ateridos de frío, sin el calor de los hijos, fenecieron los ancianos padres. Así terminó la historia de Olasa- garre. ¡Florezca en exuberancia vital el añoso ro- ble de la raza vasca! No sea el poeta anunciador de desventuras. Il Tan ligero como un pez, resbalando entre espu- 151

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