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José Miguel, camino de América Bravo temple el tuyo, muchacho. No tienes ri- yal en el pueblo. Recio «aizkolari», diestro sega- dor, hábil en la danza y en las carreras tan veloz como el viento. Cuando en las fiestas danzas, ¡cuántos negros ojos, tocados de amor, miran tu gentil gallardía! Mas tus sueños no son sueños de amor. No es el fulgor de unos bellos ojos lo que turba tu alma. Otro linaje de ensueños bulle en tu fantasía. Cantor tuyo soy, José Miguel, hijo de la monta- ña vasca. Un hálito de inspiración avive en mi pecho la llama y mi canto conmueva tiernamente las inquietudes de los que miran hacia América. I Semejante Olasagarre (1) a timida doncella, des- cubre a medias, entre la fronda de los árboles, sus blancas mejillas. Al sacudir el sol de sus trenzas sobre la montaña los raudales de luz recogidos en Oriente, inunda de dorados rayos la casita que, en la cumbre, parece paloma a punto de remontar el vuelo. Los premiosos ladridos del can, guar- dián de la puerta, saludarán al montañero que se acerca al caserío. (1) Nombre de una casa solariega. 147

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