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Durante el crudo invierno duerme la vida, cual si es- tuviere muerta. Hánsele agotado las fuerzas a la Natu- raleza. Arboles sin hojas; ralas de yerba las praderas y colinas. Alegres copos de nieve, congelados, parecen blancas flores de manzano: es que la primavera ha lle- gado. En el invisible seno del viento sur hierve el aire que asfixia. Canta emocionado el poeta a la benéfica «Sombra» hija del Bosque. Al llegar el otoño pierde la mariposa la hermosura de sus alas. Maduros ya, se des- prenden de los árboles los frutos. El día empalidece, la luz se amengua. En las entrañas del otoño se engen- dra el cruel invierno. Este bien cribado argumento embellece las estrofas. Los versos son sobrios. Ni en el asunto, ni en los versos hay nada superfluo El laconismo del argumento y de la forma dan sensación del genio sintético del eus- kera. Tan magnífico y escogido como el argumento es el estilo. Es peculiar y característico, como cuadra a la manera de ser de la raza. Pero no se confunda la so- briedad con la pobreza. Hay riqueza de imaginación e ingenio. Nada de metáforas y símiles manidos. Todo es originalidad y modernidad. Con todo, no está exenta de todo defecto la obra del poeta, aunque por ello, tal vez, haya que inculparnos a nosotros tanto como a él. El euskera ha llegado hasta nosotros bastante corrompido. Conviene al genio de nuestra lengua la expresión lacónica del pensamiento y la sobriedad en las palabras precisas para manifes- tarlo. Esta concisión, al correr del tiempo, se ha rela- jado. Es, por lo tanto, laudable devolver al idioma la

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