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El que en tus brazos muere, no muere en verdad; duerme, recostado, un sueño feliz; allí le tiene a tu pajarillo cantándole desde la cruz y velándole su sueño. Tú haces nacer en mí al manantial de la paz e hinchar de agua a la fuente seca por las pasiones; sin ti no nacen entre espinas lozanas flores en el corazón. El hombre es sin ti hoja seca que se arrastra a ras de tierra y fuente sombría de muertos manan- tiales, cuando no es el mendigo ciego que camina en extrañas tierras escabrosas, extraviado en su camino e ignorante a dónde va... ¡Cruz que sobre la roca dura erguida estás! Ilu- mina el camino de mi vida. Para recibir en su se- no nuestras lágrimas y penas estás sin duda en Uztufe con tus brazos extendidos. ¡Oh, Tú, sol de los pueblos que bajo tus plantas duermen...! Derrama sobre ellos la miel de la fe- licidad. Seas Tú el amparo y el puerto del débil corazón y fundamento feliz de mi esperanza. Sé Tú la alegre estrella de nuestras tristes no- ches, amigo fiel en nuestra soledad, fuente in- exhausta de vida, luna amorosa, enamorado amante. Enséñale al ciego, que con orgullo e ilusiones 117 =p

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