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cruz que se asienta en el alto de Uztute, despi- diendo reflejos de luna, esperando está oraciones mirándome de hito en hito. Penetre, pues, por la puerta del palacio de la oración, extendiendo, como un mendigo, mi ma- no. ¡Corazón mío, entra ya dentro de ese alcázar y, desde el hueco de una de sus abiertas venta- nas, contempla el Cielo! ¡Señor bondadoso que habitas encima de esos astros, Sol de mis ojos, Dicha de mi corazón...! Que estas mis heridas de la guerra, en tus brazos se conviertan presto en brillantes destellos de luz. ¡Patria celestial que desde tan lejos te contem- plo! ¡Palacio feliz de mis azules sueños...! Este pobre soldado, desde su oscuro destierro, te en- vía sus saludos alargando nervioso sus brazos hacia ti. ¡Ay, que mi bajel navega entre tormentas...! Plegue al Señor que arribe a tu puerto venturoso y que esta de espinas corona que hoy punza mis sienes, se torne presto en corona de oro en llegan- do a tus mansiones. ¡Santa esperanza, sol del destierro, luz del Cielo que en dicha mis lágrimas conviertes...! ¡Con tus besos las espinas en flores se tornan, contigo la muerte es un iris de felicidad! 115

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