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Oración nocturna A Aránzazu de Baena Tras Aizkofi se ha puesto el sol; las estrellas parpadean brillando en el firmamento; el monte se ha vestido con el ropaje hechizador de los ra- yos de la luna y se ha extinguido en el espacio el son de la campana, dulce llamada a la oración. Tengo frente a mí al Ernio, detrás a Txindoki, y a mi vera duerme el pequeño cementerio, entre sus cuatro paredes cubiertas de zarzas y hiedra, recostado bajo el amparo amoroso de la vieja ermita. Sube al espacio el hálito vaporoso que exhala la tierra, mientras juega, murmurando, el tibio y agradable vientecillo. La soledad me ha tomado en su regazo y el silencio me besa posándose ca- be mi. Sólo de vez en cuando llegan hasta mí algunos lejanos bramidos de vacas y terneros, el insulso cantar de los grillos y los graznidos de las lechu- zas, O el ladrar del perro guardián del caserío aquel que se asienta en el hondo del valle. La noche canta su callado salmo, sonó ya la nocturna campana mendigando una oración, y la vi 113

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