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Se s E "> Y cuando esa hiedra se te tornó en cade- ¿ na de hierro, sentiste en lo más hondo de tu p corazón el frio de la muerte. Te asustaste... y huyendo del hielo de la muerte anduviste de una a otra parte inten- tando romper la dura cadena. Que eras desgraciada lo están diciendo ] esas tus lágrimas. Y, en verdad: ¿cómo es posible hallar mayor cariño en una jaula de oro que en el nido? 1 . . | No le amabas y, mentirosa, decíasle que ; ' sí. ¡Tú, capaz de aplastar a un Sansón, tan by miedosa con él...! » No había miel para ti en la copa del pla- hs cer, y, sin embargo ¿cómo es que no podías IA la cadena romper? Dícesme, llorando, que tú misma lo igno- ras. No llores ya... ¿No está, pues, la jaula í rota ya? En tu oscuro camino te abrazaron un día 109

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