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Y, qué, ¿no vemos hasta en el mismo case- rio? ¡Se nos ha envenenado toda Euskalerría! ¿No es tamaña desgracia suficiente para dar al traste con el poder del vasco? ¡A gus- to derramara yo mi última lágrima, si Dios se apiadara de nosotros! He ahí, por todas partes, jóvenes euskal- tzales que, día tras día, se afanan por resuci- tar el euskera. ¡Enjugaos, amargas lágrimas mías, que no es el mal tan irremediable co- mo parecía! Si proseguimos por el camiuo emprendido, en adelante he de dormir tranquilo. ¡Esfor- cémonos todos, jóvenes y viejos, como nues- tros antepasados, y el euskera no morirá! 105
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