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verdor delicioso de los helechales cuando brotan en la riente primavera; El policromado ropaje con que se atavían en el otoño las orgullosas arboledas y los encrespados montes; el melífluo canto de los ruiseñores en la enramada y el bramido feroz de la tormenta y del mar airado; La dulce cantinela de las claras fuentes, el per- fume de las flores; el estruendo de las populosas urbes y la paz bienhechora de las aldeas; El cielo y la tierra, el aire y el mar, el sol y la luz, todo lo tenía consigo. ¡Oh, cuán hermosa era mi amante idolatrada! ¡Cuán digna era de ser amada! ELLA Entonces, poeta, ya he adivinado quién es el objeto de tu amor, la dulce dueño de tu corazón. El férvido amor de la Patria puso fuego en tu co- razón y en tus labios. EL POETA Sí, es verdad, escucha. En aquel tiempo había una reina generosa y buena. Sobre su opulenta 79

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