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jame, déjame sumido en mi aflicción, que mis males son incurables! Soy, en medio de mi dolor, como un árbol des- nudo y helado por el crudo invierno, que azota el viento huracanado, y por cuya corteza resbala sin cesar la implacable lluvia. Asi el viento impetuoso del dolor hiere mi alma y la amarga lluvia de la aflicción cae copiosa, sin cesar, hasta anegarla. ELLA ¡Ah, pobre poeta, digno eres, en verdad, de lás- tima! Entonces, ¿desprecias mi amor? Entonces, ¿prefieres vivir solitario entre esas aceradas espi- nas, siempre triste y angustiado? Te traigo mi dulce amor, y, ciego, lo despre- cias; te ofrezco la dicha y no la quieres. Adiós, pues, me voy; pero oye antes: tú, tú mismo te ha- ces digno de tu desdicha. EL POETA ¡No, no, de ninguna manera! ¡Quédate, quédate conmigo! Tú eres la única amiga que me resta. Si 15
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