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leyó un conceptuoso telegrama de Su Santidad Pío XI quien se adhería entusiasta a los festejos de la coronación de la imagen y concedía su ben- dición apostólica la que fué impartida por el Excmo. Sr. Nuncio. La multitud acogió el telegrama del Sumo Pontifice con grandes aclamaciones oyéndose vivas a la Santidad de Pío XI. | LA ORACION DE MONSEÑOR D” ANDREA Cuando Monseñor D”- Andrea ocupó la tribuna para hacer la alo- cución de circunstancias, fué saludada su presencia por los aplausos del gentío. Comenzo su alocución, diciendo que, cuando el hombre medita, calla o habla y cuando se entusiasma canta y que el quería cantar en honor de la criatura más pura que vieron los siglos. Habló después sobre la forma como el catolicismo educa en sus grandes manifestaciones a la multitud en esta época difícil por la que atraviesa el mundo. En magistrales pinceladas hizo la comparación de las dos Pompeyas, la de Italia nacida sobre las ruinas alrededor de una imagen de María y la nuestra que al amparo de María se levanta en uno de los barrios más descuidados por las autoridades. Por último, después de haber ha- blado brevemente sobre la Virgen Santísima, invito, visiblemente conmo- vido, al Sr. Nuncio a que procediera a coronar “a esta mujer que es vida, dulzura y esperanza nuestra”. Una prolongada ovación estalló al terminar Monseñor D” Andrea su brillante peroración LA BENDICION CON EL SANTISIMO Una vez que la imagen fué internada en el templo los Prelados vol- vieron al estrado desde donde el Ilmo. Sr. Obispo de La Plata, Monseñor Francisco Alberti, impartió la bendición con el Santísimo con la que die- ron fin a los grandiosos actos de la coronación de la Virgen Santísima de Pompeya. LA ASISTENCIA DEL PUEBLO Es de todo punto imposible precisar aun aproximadamente el número de los fieles que asistieron al acto. / Desde las 12 comenzaron a llegar los primeros tranvías de los que descendían presurosos los romeros a fin de conseguir ubicación acomodada. En todas las bocacalles del recorrido de las dos líneas del Anglo Ar- gentino que conducen al Santuario de Nueva Pompeya, se estacionó una crecida cantidad de personas, que a duras penas y tras cansadoras espe- ras, lograba sitio en algún tranvía, para llegar con todas las demás a la Avenida Sáenz entre una verdadera aglomeración de pasageros. g pasag La empresa aportó ciertamente, un número extraordinario de tran- vías, pero, éstos no daban abasto y por otra parte, en las proximidades del santuario, en una extensión de muchas cuadras de la Avenida Saenz, una interminable hilera de automóviles y coches desfilaba en un constante ir y venir, llevando y en procura de nuevos pasajeros, mientras se con- fundían los ecos de las bocinas Y el campanilleo con el rumor de la mul- titud en jubilosa marcha hacia el templo. Desde mucho antes de la hora anunciada para la coronación, no fué nosible a los vehículos acercarse a la iglesia. La muchedumbre llenaba la calle en un gran trecho y los tranvías debieron detenerse a varias cuadras de distancia, que el público recorría a pie, confundiéndose en el abigarrado y heterogéneo conjunto, miembros 66

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